"Simpatías en el mundo, paz en el sepulcro y amor y bendiciones a su memoria, tal es el bello destino,
la recompensa y la corona póstuma del hombre bueno, mientras arde la llama de su vida, hasta que se extingue al soplo del Creador que la encendió...".
Estas palabras de Mitre, hallan plena expresió en lo que fue la vida de nuestro gran paisano,
ciudadano universal: Dn. ALFREDO DOMINGUEZ ROMERO.
El arte, es el lenguaje sutil que hace posible la comunicación de los hombres sin fronteras, que permite hacer visible
lo invisible; palpable la belleza, tangible la verdad... Y DOMINGUEZ no sólo fue cultor del artee, sino que fue, el arte mismo.
Cuando pulsó por primera vez la guitarra, sentado en el banco del taller de su padre carpintero, vibró la fibra más intima
de su ser y supo desde aquel instante, que en aquella caja de resonancias armoniosas, volcaria su alma para cantarle a su pueblo y a su gente, transportando
el eco de su voz y de su sentimiento, hasta los confines del mundo. Pero su verso hecho música en las notas exquisitas de su guitarra, que
pulsó con maestría de iximio reconocido por la critica mas exigente, no era, para su alma inquieta y diletante, suficiente recurso
para transmitir el contenido de su mensaje profundo enraizado en las penas y alegrias del pueblo humilde, del pueblo indio, del pueblo boliviano del
que fue su mayor exponente,. Y buscando la perfecta realización artistica, tomó en sus manos el pincel para pintar en el lienzo la
historia de JUAN CUTIPA. Su historia, la historia de sus hermanos... NUestra Historia.
Y aún disconforme, porque el conformismo no cabe en el espíritu del verdadero artista, su inspiración buscó expresarse
en el grabado y en la escultura modelnado siempre el gesto altivo, la vivencia estoica, la alegria y la tristeza de nuestra raza de granito.
Integro Caballero del arte, polifacetica figura, legitimo orgullo del solar chicheņo; mimado por la fama , encumbrado por la gloria, el aplauso de los
públicos multitudinarios no cambió su carácter de hombre sencillo; siguió siendo el invariable amigo leal, el hijo cariņoso, el tupiceņo enamorado del
terruņo a cuya entraņa anheló volver, para que, como dijiera el poeta "entre la tierra y su pecho, no quedara trecho". Así amó DOMINGUEZ, a la tierra que le vió
nacer, a su patria boliviana, a sus padres, a sus hermanos, a su esposa inconsolable, a sus hijos y a sus amigos, por eso, le lloraron todos.
La Sociedad de Artistas Tupiceņos. me ha encargado decirte, ALFREDO, ela dios inexorable y prometerte que bajo la advocación de tu nombre seguiremos culņtivando el arte
de la música, la plástica y las letras, con tu ejemplo como la primera fuente de inspiración.
Finalmente y parafraseando otra vez al poeta, quiero decirte, ALFREDO, que "cuando tú naciste, todo el mundo reía; sólo tí llorabas. Pero has vivido de tal forma,
que a la hora de tu muerte, todo el mundo llora, sólo tú sonries..." Adios, hermano: Dios te tenga en su gloria celestial, porque tu gloria en la
tierra será inmarcesible y tu memoria inmortal.